miércoles, 5 de mayo de 2010

Violencia

Resulta duro leer esta entrevista y sólo al final aparece la esperanza ante el consejo que aporta Vicente Garrido para ayudar a estos adolescentes que según las estadísticas son muchos más de los que quisiéramos.

LA ENTREVISTA CON EL PSICÓLOGO EXPERTO EN LA VIOLENCIA

Vicente Garrido: «Hay madres que no se fían de sus hijos»

Ha investigado miles de historias de adolescentes denunciados por sus madres tras ser agredidas por ellos. Dice que son la punta de un iceberg.

ÀNGELS GALLARDO

Su ámbito de excelencia son los crímenes, las agresiones sexuales, los asesinatos y la violencia de los hijos contra los padres. De esto último trató su primer libro, ‘El síndrome del emperador’, donde describió a los hijos tiranos. Ahora publica ‘Mientras vivas en casa’. Vicente Garrido (Valencia, 1958) es profesor de Psicología y Pedagogía Correccional en la Universidad de Valencia, y un punto de referencia español en el análisis psicológico de los niños muy violentos.

–¿Por qué una mujer denuncia ante el juez a su hijo adolescente?
–Normalmente, hay dos motivos: teme que abuse de un hermano pequeño, o que lo ataque de forma violenta; o bien, ella y su marido se sienten en peligro. Hay madres que no se fían de sus hijos. Cierran la puerta de su habitación por las noches. Temen que incendien la casa. Ven un riesgo inminente porque los mantiene bajo una amenaza insoportable.

–No habla de casos aislados.
–En absoluto. La Fiscalía General del Estado tramita cada año más de 6.000 denuncias de este tipo, y se considera que apenas representan el 10% de la realidad. Es difícil que las madres denuncien a sus hijos.

–¿Qué sucede para que un adolescente sano agreda a sus padres?
–Su objetivo siempre es tomar el poder. La edad predominante en este tipo de violencia son los 14 o 15 años, que es cuando el chico empieza a salir de casa y quiere obtener privilegios. Es cuando son más evidentes las cortapisas que implica el control paterno en su vida cotidiana. Ha de quedar claro que son muchachos bien cuidados, de familias que se han preocupado por su educación.

–¿Qué controles no toleran?
–Cosas muy básicas. No quieren que se les haga levantar a una hora determinada por las mañanas; no soportan ver los canales de televisión que los padres eligen; se niegan a comer lo que su madre cocina o a cuidar de un hermano pequeño. No les gusta ir a la escuela, ni tener que volver a casa a una hora concreta. Todo eso.

–O sea, las normas de convivencia.
–Exacto. Estamos hablando de chicos con un temperamento violento y dominador extremo, sin ningún apego hacia sus padres. No han vivido en un ambiente violento, ni en una familia desestructurada, pero se sienten muy poco vinculados con ellos. Eso les permite enfrentarse a las normas educativas de la familia sin el sentimiento de culpa o el remordimiento que tienen los niños que quieren a sus padres. No tienen dependencia afectiva.

–¿Y eso los lleva a ser agresivos?
–Eso, sumado a otra característica diferenciadora: tienen muy exagerada la fijación de sus metas. Desean más que otros disponer de más dinero, más tiempo libre..., eso figura entre sus máximas prioridades. Como las familias no son democracias, sino que aplican normas, cada vez sienten más la necesidad de rebelarse. Se dan cuenta de que no tienen dinero ni edad para vivir en otro contexto, y creen que la forma de hacer lo que quieren es tomando el poder.

–¿Cómo se llega a esa situación?

–Muchos de estos casos afectan a madres solas, que no tienen tiempo ni saben cómo afrontar los primeros signos del problema, que suelen aparecer cuando el niño tiene 8 o 10 años. También se da en familias con padre y madre, pero es más fácil que el componente violento surja cuando no hay padre. La madre siempre es más vulnerable.

–¿En qué tipo de familias sucede?
–Claramente, en las clases medias. Afecta a chicos que suelen ir mal en los estudios y, si no van mal, es porque son inteligentes, no porque se esfuercen. Abusan emocional y psicológicamente de su madre y de algún hermano pequeño. Poco a poco, pasan de ahí a los golpes con objetos y a las amenazas físicas.

–¿Esto es consecuencia de su carácter o de que han sido educados como el rey de la casa?
–No, no. Nada de rey de la casa. Precisamente, esos padres tienen problemas porque se oponen y se enfrentan a sus hijos. Se suele pensar que han sido permisivos, pero no es así. Lo que ocurre es que no han sido suficientemente hábiles para manejar a unos hijos que son muy difíciles. La permisividad paterna facilita la tiranía de un hijo, pero no la provoca.

–¿Es un fenómeno nuevo?
–No. Aunque nunca ha sido tan difícil educar como ahora. Niños con conductas violentas existían hace 40 años, pero vivían en un ambiente externo que les obligaba a mantener autocontrol. La sociedad ha perdido capacidad de socializar. Hay un debilitamiento en el poder de las familias para sacar adelante a los hijos en un entorno saludable. Su primera opción es acudir a la justicia. Se judicializa todo de forma exagerada.

–¿Qué aconseja a quien tenga un hijo dominante y violento?
–Nunca han de cederle la autoridad. Han de intentar, como puedan, que sus hijos desarrollen empatía. Que descubran que pueden ser valorados y poderosos siendo ejemplos positivos para los demás. Necesitan modelos éticos. Conviene incorporarlos a prácticas de voluntariado, a actividades que les generen sentimientos fuertes por ayudar a los demás.

2 comentarios:

Dol dijo...

Qué bien explicado , lo de tomar el mando como salida a la frustración por no poder ser independientes.

Creo que ahí está el quid de la cuestión .

Besos.

Graciela dijo...

Tengo un hijo adolescente ( hoy tiene 18 años)que siempre tuvo un excelente comportamiento y equilibrio en su forma de actuar. No obstante a los 15 años, cuando empezó a salir su carácter cambió un poco y tuve que reeducarlo en esa corta etapa ( entre 15 y 16 años) para que no se fuera del camino. Hoy es un hijo ejemplar, tengo mucho diálogo con él y me cuenta de la agresividad de sus pares y no entiende el por qué.
Los padres debemos estar atentos a sus cambios, ellos siempre nos necesitan.
Gracias Pilar, te dejo un abrazo.

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