martes, 27 de diciembre de 2011

Un gramo de alegría con Magda Gomar

Hace unos años recortaba y guardaba algunas de las entrevistas de La Contra de La Vanguardia. Me acabo de encontrar con una que se le hizo a Magda Gomar el 20 de mayo del 2006, sus respuestas  están llenas de sabiduria, me gustan y hoy las comparto. 

La Contra de La Vanguardia, 20 de Mayo de 2006, Inma Sanchís
Hay personas cuya simple compañía reconforta. Suelen hablar poco y estar contentas. Cuando te miran, te funden. Por lo general, llevan muchos años de vida y conservan intacto el niño que fueron. Están más allá de los títulos académicos, son la antítesis de un intelectual. Se trata de gente sabia, sencillamente sabia. A la abuela Gomar la quiere mucha gente; yo también, aunque apenas la conozco, pero sabe leer en tu cuerpo y en tu alma y hace lo posible por ayudarte. La entrevista no importa, el sujeto que está frente a ella importa. Esa fortaleza, esa cordura, es poderosa. No le gusta que la llamen sanadora, dice que ella simplemente ayuda a los demás como un canal por el que pasa la energía: “Sé lo que hay que hacer, pero todos tenemos esa capacidad, basta trabajarse” .


Tengo 76 años. Nací en Barcelona y vivo en El Masnou. Estoy viuda y tengo hija y nieto. Desde los nueve años ayudo a la gente, le digo qué hacer para resolver sus problemas, soy una especie de consejera que pide por los demás. Somos energía, hay que pulirla. Todos tenemos un ángel, hay que pedirle. Publicó El Sentit de l'existència (Abadia)

- Cuál ha sido su suerte?


- Muy pronto, a los 5 años, supe que había venido a este mundo para ayudar a los otros.


- Saber lo que quieres es jugar con ventaja.


- Hay que ser humilde, hay que pedir ayuda. Yo se la pido al Padre Eterno, pero no pertenezco a ninguna religión, ni falta que hace. Pide sabiduría y te será dada. Pide tranquilidad y te será dada. Pide lo que quieras porque hay algo superior, ponle el nombre que quieras. Busca tu alma. Puedes creer en la religión que sea, pero si no miras dentro de ti, si no te escuchas, no sirve de nada.


- ¿Y por qué quería ayudar a los demás?


- De pequeña vivía con mis abuelos. El abuelo había fabricado con sus manos una preciosa silla de roble que ocupaba un lugar preferente en la sala, junto al fuego. Allí se sentaba todo pobre que pasaba por casa. ¡Era emocionante ver comer a alguien que tenía hambre de verdad! Mi abuelo siempre ayudó a los demás. No tenía nada, pero era un hombre rico, estaba lleno de amor y de alegría.


- Entiendo.


- Murió cuando cumplí 9 años, después que la abuela. Entendí que no había nada eterno, y que nada me pertenecía. Me quedé sola, nunca me entendí con mis padres. Pero tuve una gran suerte: supe escuchar a mi alma. Me construí una gruta interior en la que estaba calentita en invierno y fresca en verano.


-...


- Aprendí poco a poco que todos tenemos una gran riqueza interior que hay que ir puliendo y queriendo. También me inventé un carro con dos caballos, uno blanco y otro negro, y cuando la pena me pesaba, la metía en el carro. Pero a los 14 años tuve miedo.


- ¿Qué le pasó?


- Sarna, había perdido las uñas de las manos y de los pies, toda yo era una llaga que supuraba. Le pedí a mi Padre que me ayudara y conocí a un médico y a su mujer que, en la bañera de su casa, me fregaron y me curaron con cariño. Aprendí, de personas que no me conocían, la generosidad. Y entendí que no podía tener miedo. Aquello me brindó seguridad y fortaleza para el resto de la vida.


- Aprende usted rápido.


- Inténtalo tú, prueba a buscar dentro de ti un gramo de fe y de seguridad. Sin miedo.


- A veces, las pruebas son muy duras.


- Yo tenía cáncer. Tras la operación, los médicos me dieron un mes de vida. Yo ya sabía que somos energía, pero me propuse pulirla más que nunca. A la enfermedad le puse nombre y le hablaba.


- ¿Qué le decía?


- Que la quería como a una maestra, pero que todavía no podía morirme. Todos nosotros somos energía. Una energía que hay que sentir fluir y aprender a enviar a donde sea necesaria, con constancia, gobernándola, dándole amor, explicándole el problema.


-... Y la energía fluye.


- Sí, pero estas energías siempre son redondas. Imagina un anillo y pásalo suavemente desde la cabeza hasta los pies. Yo le hablaba a mi energía, la pinté de color rojo y le dije exactamente dónde estaba la enfermedad.


- ¿Algún familiar la ayudó?


- No. Pero una mujer desconocida, pobre y con cuatro hijos que pasaban hambre, me llevó a su casa. Al cabo de nueve meses me atropelló un coche, querían cortarme una pierna y me negué. La salvé. Fue un arduo aprendizaje, pero hoy con mi energía puedo ayudar a los demás. A aquella mujer nunca más le ha faltado de nada. No tires nunca la toalla.


- A veces...


- Nunca. Todos tenemos el poder del que te hablo. Haz una cosa: métete en la bañera y tira un kilo de sal, quédate en calma y pide soluciones. Cuida tu cuerpo, límpialo, porque todo es uno. Cuerpo y alma caminan juntos. Haz este ejercicio a menudo, verás...


- ¿. ..?


- La vida es un juego: si no juegas, pierdes. Déjate fluir, ten ilusión, ten esperanza, nadie te la puede quitar. Yo todo lo resuelvo a base de juegos: si alguien viene a pedirme ayuda, le hago meter su problema en un cubo de agua y le damos vueltas redondas hasta que el dolor se transmuta y el mal se ahoga.


- ¿Dónde aprendió todo eso?


- Sola, de niña. Yo recurría al rey Neptuno cuando tenía un conflicto, iba a verlo con mi barca imaginaria, y funcionaba. Aprende a jugar; si no es jugando, nunca llegaremos a resolver nada. No lo olvides: los problemas, los males, las dificultades, todo es un juego.


- Entiendo.


- Y cuando se te acerque alguien, intenta ayudarle, tendrás el apoyo necesario, no lo dudes. Practícalo y te darás cuenta de que eres rica. Todos podemos tener lo que necesitamos en la vida. ¿Sabéis que os falta...? Un gramo. Un gramo de paciencia, un gramo de fe, un gramo de esperanza.


- De cero a un gramo hay un mundo.


- Queremos que todo fluya por la fuerza, que todo nos vaya bien. ¿Cómo puedes conseguirlo si no dedicas ni un minuto de tu tiempo a escucharte, a entenderte?


- Es usted sabia.


- Emociónate, así podrás buscar tu espíritu y averiguar qué has venido a hacer a este mundo. Estate segura de que todos tenemos un ángel que nos escucha. Y si tienes una persona querida que ha muerto, pídele que te ayude. Lo hará, pero no dudes.


- Estamos tan perdidos y tan necesitados que buscamos sin saber qué. 


- Desde muy pequeña aprendí que tenía que luchar. Nadie me solucionaría mis problemas. Si no cambiaba mi actitud, la batalla estaba perdida. La cambié. No podía estar apagada, cantaba y silbaba al mismo tiempo. Ponía mi gramo de alegría.




Myanmar, agosto 2007
Foto: Pilar Vidal Clavería

7 comentarios:

rociojinghai dijo...

me ha gustado mucho leer la entrevista,yo creo en todo eso,aunque reconozco que aplicarlo a nuestra vida diaria es muy complicado.De todos modos,debo decir que llevaba tiempo pidiendo serenidad y paz interior y creo que lo estoy consiguiendo.Gracias por esta entrada,es para leerla varias veces.

Pilar Vidal Clavería dijo...

Sí que es para leerla varias veces, imáginate la tengo guardada desde el 2006 y parece escrita de ayer.

Celebro tu serenidad Rocio, gracias por tu comentario y un abrazo

Montse dijo...

Pilar, hiciste bien en guardar esta entrevista ¡es una joya! porque esta mujer sabe dar ánimo con esas palabras.
Hay tanta sencillez y tanta profundidad en ellas!

Un beso enorme.

Pilar Vidal Clavería dijo...

Aunque Magda hablé de gramos hay kilos de sabiduría en sus palabras.

Me alegra que te guste la entrevista.

Besos Montse

Beatrice dijo...

Maravillosa la entrevista, me ha dejado pensando.
Como lograr esa paz después de tanto infortunio...
Sabiduría

Gracias Pilar.

Pilar Vidal Clavería dijo...

Pues he tenido la suerte de encontrar el libro, ayer lo empezé a leer,fantástico!!!

Gracias por tu compañía Beatriz, un abrazo

Unknown dijo...

Després de molt de temps torno a llegir les paraules tan sâvies i a l'hora tan sencilles de la Magda Gomar. Sempre m'acompanya aquesta voluntat, tot i que hi ha vegades que em costa. Moltíssimes gràcies des del cor.

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