La llegada al aeropuerto de
Trípoli es sencillamente caótica, las maletas giran y giran en las cintas transportadoras, hay mas equipajes que pasajeros, el motivo lo sabremos cuando llevemos más de dos horas esperando unas maletas que no llegarán y que demostrarán que si se puede ir al desierto sin el calzado adecuado y sin más ropa que la puesta.
Parte del grupo que viajaremos durante nueve días por tierras
libias, compartiremos cremas, camisetas y calcetines, ya que los que vinimos
vía Roma y con la
compañía Alitalia estamos sin el equipaje que no recuperaremos hasta seis días después cuando volvamos de nuevo al aeropuerto de
Trípoli, de las quince personas del grupo, somos siete los que estamos en esa situación.
Visitamos la
medina de
Trípoli el domingo por la mañana. Un
entramado de callejuelas en las que elementos del pasado romano comparten espacio con casas blancas y estrechas, tiendas con
persianas verdes cerradas hasta pasadas las diez de la mañana.

La vida en la calle corre paralela a las actividades cotidianas, la compra, la costura, el ir y venir por calles no siempre limpias y donde los solares se convierten en
basureros.


A lo largo de la
medina pasamos por varías mezquitas con
minaretes de diversos estilos, destacando las cúpulas verdes bajo el intenso azul del cielo.

En un de los extremos de la
medina se levanta el arco de Marco
Aurelio, terminado en el 164 d.C., se encuentra en lo que era el cruce de las dos grandes
vías romanas de la antigua ciudad, el cardo máximo y el
decumanus, y daba acceso a la ciudad desde el puerto.
Cerca del arco se encuentra la mezquita de
Gurgi, construida en el siglo
XIX cuando
Tripoli estaba bajo dominio turco.


Fotos: Pilar Vidal Clavería