"Hablar del Llullu es mejor que no hablar" y "Enterrar un hijo subvierte el orden de las cosas. Es el silencio"
Estas son dos de las frases que el pasado domingo 18 de octubre aparecían en la entrevista que Màrius Serra realizó en el Cuaderno del domingo de El Periódico de Catalunya.
La primera frase es clarificadora, es una manera de reconocer y de compartir, la segunda es una expresión contundente de dolor.
Transcribo la entrevista desde el respeto y el reconocimiento, por lo mucho que transmite de amor, de ese amor incondicional que se siente hacía los hijos.
Màrius Serra, escritor, Barcelona 1963, manipulador de palabras.
Por Pau Arenós
El Màrius hace fácil la entrevista difícil. Antes de que la primera pregunta, áspera, atraviese el aire ligero del estudio, el Màrius empieza a hablar de la muerte de su hijo Lluís, el Llullu, de 9 años.
"Enterrar un hijo subvierte el orden de las cosas. Es lo más cercano al silencio. Es el vértigo máximo. El silencio. La nada. Hay muy poco que decir: la muerte es el final de todas las historias. Hacía nueve años que vivíamos un duelo, duelos parciales. Desde las cinco semanas empezaron a llegar mensajes muy inquietantes de las cosas que no haría mi hijo. Me dijeron: "Su hijo no caminará nunca". Así que vives un duelo por un hijo que no tendrás. Es un proceso largo que tiene que ver con todas las discapacidades, sean tan severas o menos severas. Esta ruptura de expectativas cada uno la vive como puede. En este momento tan dramático y final te das cuenta que llevas un camino, un empuje que te hace acercarte al duelo de una manera igual de intensa pero menos desesperada".
El silencio. Esta conversación es una conjura contra este silencio.
-Pero, ¿estaba preparado?
-Había imaginado este día. Cuando ví que tenía la necesidad de escribir el libro, Quiet, y de intentar evitar la misericordia y el chantaje emocional, me enfrenté a verbalizar las cosas. Recuperé un episodio que tenía clavadísimo, el entierro de la hija del amigo Oriol, una chica con parálisis cerebral. Un día terrible en que pensé: "Estoy viendo algo por lo que tal vez tengo que pasar". Esto no te arregla nada, pero hace que vuelvas a la palabra más rápidamente.
- ¿Es valiente? ¿Es un adjetivo adecuado o absurdo?
-La he oído. No es absurdo. Es la percepción exterior. "Es que vosotros sí que...". Me miro al espejo y veo que no es un rasgo característico de mi personalidad. El valiente es el que dice: un paso adelante.
-¿Y ustedes se encontraron con la situación.
-Si hay virtud es en cómo reaccionamos.
- ¿Reaccionó con la serenidad que muestra? ¿O hubo y hay altibajos, desesperación, una montaña rusa de sentimientos?
-Hay altibajos y tristeza y melancolía. No ha habido desesperación. Le explicaré cómo lo afrontamos ...Lluís murió estando con nosotros, lo que es un trauma pero que reconforta muchísimo, comparado con otras épocas en que pasó meses en la UCI. Y fue en el bar donde desayuno cada día, en La Vitamínica de Horta. Estábamos comiendo.
- ¿Él dormía?
-Hizo una apnea. Era la semana del golpe de calor. El último día de casal, el 24 de julio. Me llamaron, tenía fiebre, como tantas veces, lo fui a buscar. Entramos en La Vitamínica porque había aire acondicionado. Y allí hizo una apnea de la cual ya no se recuperó. Desayuno cada día en La Vitamínica desde el año 90. Empiezo mi día allí y normalmente en la mesa en que se produjo aquello. Pensamos: "¿Qué vamos a hacer?".
- ¿Han vuelto?
-Nos preguntábamos: "¿ Entraremos más o no?". Los del bar son amigos ... Hicimos de tripas corazón. Estamos contentos de haberlo hecho porque si no se hubiera convertido en un tabú ...
-... y no habrían vuelto nunca más.
-Teníamos cuatro billetes para viajar a Canarias el lunes 27 de julio. Él murió el viernes, y el domingo 26, habiendo hecho todo, estábamos en casa por la noche. "¿Nos tenemos que quedar?". Y nos fuimos.
- ¿Ha vuelto a sentarse en esa mesa de La Vitamínica?
-Sí. Cogimos el avión y hasta al cabo de un mes no volvimos. Todos los recuerdos de La Vitamínica son dulces, aunque podría haber sido un infierno. Y esta decisión de volver al bar sí que la tomas...Lo que usted decía antes de la montaña rusa: en las Canarias, rodeados de turistas, nos encontrábamos fatal. Cada uno lo somatizó. Yo empecé a tener una cojera tremenda, mi mujer, Mercè, cargando la bolsa de la máquina de fotografías, no aguantaba el dolor de riñones, y mi hija Carla, a punto de cumplir los 14 años, un dolor de estómago... Todo era por la tristeza. Tuve pesadillas prácticamente cada noche. Pero nunca una cosa de desesperación, sí de tristeza y melancolía. Desde que hemos vuelto, cada día del mundo hemos hablado de Llullu.
- El día a día se le ha vaciado de rutinas y esfuerzos.
-El vacío lo podemos mitigar con el relato. Él emitía muy pocos mensajes. Ahora aparece una paradoja muy irónica y muy jodida: todo es más fácil. Y a nosotros nos jode que sea fácil.
-Me decía en un e-mail: "La herencia que nos deja el Llullu es inmensa".
-El Llullu ha dejado una forma diferente de mirar. Se puede hacer una lectura social, la de quitarse el complejo de culpa. Cuando tienes un problema parece que no te lo puedas pasar bien. Para llorar siempre se está a tiempo. El libro Quiet y sobre todo el concierto, Muévete por los quietos, lo provocó él. Yo era un médium. Personalmente la herencia es brutal. Nos modificó a todos los que tuvimos contacto con él.
- ¿Cómo cambió usted?
-Tengo menos ganas de juzgar a la gente. La crítica la mantengo, pero enjuiciar ... Darse cuenta de la tontería de las cosas del día a día, del ámbito profesional, cosas que parecían gravísimas ... Miro diferente: las cosas invisibles, que se han hecho visibles, no lo sé, este peldaño ...
- ¿Alguna creencia nueva?
-Mi experiencia es que se ha reforzado la terrenalidad. Si hay alguna conclusión es que hay que disfrutar cada minuto de una manera intensa, tal como ha sido en estos nueve años. Cada vez que nos dieron de alta en el hospital era una fiesta, una fiesta pantagruélica. ¡Celebrar que te dan el alta!
-Todo es simbólico. Usted no para de hablar, verbívoro, y es muy activo. Tuvo un hijo que no se movía y no hablaba.
-Sí, sí. Una paradoja absoluta. Una gran cura de humildad. Tocar, no hablar, ha sido una exploración.
-Las palabras son sanadoras.
-La palabra mitiga. No cura. Hablar del Llullu es mejor que no hablar. En el caso del duelo es clarísimo. Tenerlo presente con naturalidad. Y eso es a través de las palabras, que forme parte del relato. En este caso el silencio del tabú es enfermizo.
- ¿Confía menos en las palabras?
-No es que confíe menos, es que confío en otras vías, en el tacto.
- ¿Cómo nació el nombre, Llullu? Ahora da nombre a una categoría, los llullus.
-Todo fue para intentar neutralizar un familiar que le decía Sito, de Luisito. Y el aceptó el entorno, que es muy importante en estos chavales, cuidadores, monitores, la gente del autobús. Me quito el sombrero ante ellos. Deben hablar con seres que no responden.
-Lleva las camisas limpias. El Llullu ya no le babea.
-Sí. Es una putada. Tanto que me gustaba ir babeado...
- ¿El humor como salvación?
-Para mí, clarísimo. El humor tiene la capacidad de cambiar el tono con que el entorno inmediato, amigos, familiares, afrontan aquello.
- ¿Por qué viajaban tanto con Lluis? Incluso fueron a Hawai. ¿Un reto?
-Sí, un reto. Ya viajábamos mucho antes. Había un punto de reto, de ilusión, y teníamos la posibilidad de hacerlo. Y de enfrentarse a él.
- ¿Qué escribe?
-Una ficción y con voluntad de género. No novela negra estrictamente. Quiero divertirme y alejarme un poco de la biografía.
-Se acerca a los 7.000 crucigramas
-Clavado, desde que le encontré la broma. Idéntico a Jesucristo. Tiene doble sentido.
-Si la palabra fuera Màrius. ¿Cuál sería la definición?
-A mí me han hecho, sobre todo, anagramas, re us rimarà. O res us amarri. Le regalo un palíndromo: Millet té llim. Es de actualidad.
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