Hoy en la sección Vida de La Vanguardia se habla de la muerte y de la enfermedad, aspectos con los que convivimos nosotros y nuestros hijos.
La información y las respuestas son claras aunque tengan una negación delante:
No ocultar, no apattar, no silenciar, ante estas negaciones la clave puede estar en actuar compartiendo.
Entrevista en LaVanguardia de Núria Escur, 17 febrero 2011
Fórmulas para asumir momentos díficiles en familia
Los especialistas instan a explicar a los niños temas tabús
La falta de respuestas les hace sentirse pérdidos y engañados
A Maite no le hizo mucha gracia que la abuela María llegara un día  con la maleta a rastras y se instalara en su habitación mientras a ella  la metían a compartir cuarto con su hermana Laura. Su madre fue  explicándole lo que ocurría: la abuela ya no podía quedarse sola en su  casa, estaba enferma de algo que se llamaba alzheimer y no se acordaba  de casi nada.
Cambiaron muchas cosas en casa. Hubo que poner carteles en la cocina,  en el baño, en el armario, incluso uno en la puerta de salida con un NO  gigante. Y dibujarle el tiempo en una pizarrita: un paraguas si llovía o  una bufanda para recordarle que se abrigara al ir al centro de día...  “Pero yo seguía sin entender por qué tenía que vivir en nuestra casa si  ella tenía un piso grande con tantas habitaciones vacías”.
Hasta que Maite empezó a tomarse las cosas como un juego: “La abuela  se parece a nosotras, se ensucia cuando come y protesta cuando hay que  bañarse, hay que ponerle un babero... le hemos comprado unos zapatos con  velcro y ropa con cremalleras”. Así que lo que primero fue una intrusa  acabó por convertirse en una nueva compañera de juegos.
“La abuela pasa  mucho tiempo con la mirada perdida, como si estuviera mirando hacia un  lugar. Cuando la vemos así nos sentamos en sus rodillas y le damos  besitos por toda la cara. Y sus ojos regresan de aquel lugar lejano, y  sonríe...”.
Maite tiene 7 años y ha salido de la imaginación de 
Ana Bergua –y de  las ilustraciones de 
Carme Sala– en un libro de Ed. Proteus, 
La abuela  necesita besitos. Pero hay muchas Maites reales por el mundo. Esa fue  la idea de partida de la editorial al iniciar esta colección: ¿Cómo  explicamos a los pequeños situaciones límite?
“A los niños no se les pueden silenciar las cosas. Hay que  explicarles incluso lo que damos por supuesto que ya entienden... para  que no interpreten mal”, explica Ana Bergua. Enfermera de profesión y  dietista, vio la necesidad de explicar “grandes temas” a “pequeñas  criaturas” al llevar a sus hijos, Antoni i Sergi, de 8 y 4 años, a una  obra de teatro titulada 
Cirque déjà vu. “Era la historia de un payaso  con alzheimer. Me di cuenta de que un crío no encaja que un adulto se  desoriente”.
La falta de respuestas les hace sentirse perdidos y engañados. Lo  expresan con perplejidad, regresión, ambivalencia o dolor psicosomático.  Acompañar a un niño en un duelo, por ejemplo, significa ante todo no  apartarle de lo que está ocurriendo, permitirle que participe. “Aunque  no hace falta especificarles –continúa Bergua– que un familiar va a  morir de un cáncer o el funcionamiento de la degeneración neuronal, hay  que dejarle que se sienta parte de lo que ocurre”. El planteamiento  sería el siguiente: “En casa tenemos un problema. Subíos al carro,  necesitamos vuestra ayuda para ser un buen equipo. Que colaboren, que  ayuden a vestirlo, naturalizar las cosas ayuda mucho, lo simplifica  todo”.
“Los niños son de naturaleza egoísta, creen que todo gira a su  alrededor y a menudo sólo ven la invasión de su territorio y que la  madre tiene menos tiempo para ellos”, explica. Hay que darle la vuelta.  Bergua está pensando en nuevas entregas: el paro o las distintas  religiones. Alguien tendrá que dar respuesta a esas nuevas situaciones”.
Carme Sala, ilustradora y madre de dos niñas de 11 y 10 años, Martina  y Claudia, cree que “cuando aparece un tema duro en casa, sea la muerte  o la enfermedad, es indispensable explicarles lo que ocurre. Y si no  también... porque cualquier día van a toparse con eso”. Sin caer en el  exceso de información, que les aturde. Para los niños menores de 5 años,  por ejemplo, la muerte es algo provisional y reversible.
En esa misma línea –ayudar a los pequeños a entender temas de  mayores– apunta
 No pasar de largo (Proteus), la publicación de una  charla del filósofo y teólogo Francesc Torralba. En ella recoge las  reflexiones que compartió con niños y niñas de entre 10 y 12 años en un  colegio público de Vic. Se trataba de explicarles para qué sirve la  ética. “La ética consiste en no pasar de largo” y se desarrolla a partir  de cinco ideas: responsabilidad, sensibilidad, donación, gratuidad y  universalidad. No les detalló sus fuentes –Emmanuel Levinas, Jean-Luc  Marion, Hans Jonas o El nen i la mort, de Esquerda y Agustí (Pagès  Editors)–, pero cuando piensa en las nuevas generaciones no es  apocalíptico.
Francesc Torralba
No les ocultes lo dramático de la vida 
Cuando, ya en clase, se  encontró ante ese grupo de chavales de diez y once años expectantes,  cuenta Francesc Torralba que le entró el miedo escénico: “Temía no  saber llegar a un pacto empático, no encontrar el registro lingüístico  adecuado”. Aquellos chavales le dirigieron preguntas que nunca se habían  atrevido a formularle explícitamente los universitarios:
“¿Por qué  debemos ser éticos?, ¿qué ocurriría si en el mundo nadie fuera ético?”.  “Eso fue lo mejor –reconoce–, nació el libro. Son tan libres...  Profundos aunque les falte lenguaje. Un niño es un pequeño filósofo con capacidad de hacer pensar mucho a un adulto”.
¿Es partidario de explicar a los niños todo lo que ocurre en situaciones como enfermedad o muerte?
No  hay que ocultarles los aspectos oscuros y dramáticos de la vida.  Educar  es reducir la vulnerabilidad del niño, hacerlo más autónomo, más capaz, con más habilidades para adaptarse al mundo y, si es posible, transformarlo.  No podemos ocultar una parte de la vida: el fracaso, la enfermedad, el  dolor, la muerte, la violencia, el sufrimiento. Lo captan aunque les  pongamos una cortina de humo.
¿Cómo conseguir eso?
Debemos darles instrumentos  para gestionar correctamente estas situaciones difíciles. Los niños nos  hacen preguntas que nos descolocan, nos dejan fuera de juego, nos  hacen ver hasta qué punto ignoramos lo que verdaderamente es esencial,  por ejemplo la muerte. Y hablarles con la sensibilidad y cuidado que  requiere un interlocutor débil, en vías de desarrollo mental y  emocional.
¿Es contraproducente ser vulnerables ante ellos?
Cuando  no sabemos qué decirles es porque no tenemos respuestas concluyentes,  pero también es bueno que conozcan nuestra precariedad, porque eso nos  hace más humanos, cercanos.
¿Tenían ellos idea de lo que es la ética?
No tienen la menor idea del concepto. Pero conocen la experiencia que corresponde al término.
¿Cree que esta generación recuperará valores perdidos?
Los  niños son especialmente receptivos, no tienen los prejuicios y tópicos  del adulto. Aunque no nos lo parezca, los de ahora tienen la misma  capacidad de ser educados que teníamos nosotros. Sólo hay que  estimularles.
¿Cómo ayudarles en el duelo?
Aunque no entienda todo lo que ocurre, el niño, ante la muerte, intuye  el dolor ajeno, oye llantos de adulto, interpreta a su modo las frases,  vive cambios de rutinas, sabe que algo pasa... y se defiende a su modo.
Según 
William C. Kroen, entre los dos y los cinco años con rabia y  enfado o regresión. Al principio –incluso después de meses– siguen  buscando al difunto por la casa. Hay que tener en cuenta que a esa edad  aún ven la muerte como algo reversible. Entre los seis y los nueve años  reaccionan con la negación o la culpabilidad. Para aminorar esos  procesos los especialistas insisten en ofrecer algunas sugerencias que  ayudan a afrontar el duelo.
Primero: aunque resulte doloroso es mejor  explicarle la muerte cuanto antes. El paso de las horas sólo aumenta la  confusión y el drama.
Segundo: evitar los eufemismos, es mejor decirle  que ha muerto que decir: “Le hemos perdido”.
Tercero: permitir que  participe en los rituales funerarios que haya pensado la familia.
Cuarto: animarle a exteriorizar lo que siente. No apartarle, dejarle que  lo comparta con todos.
  Actuar compartiendo
Edificio La Pedrera Caixa de Catalunya, Antoni Gaudi 
Fotografía: Pilar Vidal Clavería
Counseling integrativo-relacional de duelo y pérdidas  
Terapeuta floral 
 febrero 2011