Recuperando entrevistas pasadas de la Contra de La Vanguardia, me encuentro con Humberto Maturana, biólogo del amor.
Pregúntese dónde le duele la vida
7 de noviembre 2005
"Nadie puede
convertirse en mero robot instrumento de los deseos y designios de otro.
Tiene usted que participar como persona en lo que hace y tener
responsabilidad."
Tener 77 años como yo es una enfermedad incurable que sobrellevaré
muchos más. Nací en Santiago de Chile. Me dedico a explicar lo que nos
ocurre desde la biología. Soy doctor en Biología por Harvard. Los humanos
somos fruto de la cooperación para la conservación, no de la lucha por
la supervivencia: bioevolutivamente somos porque amamos.
- Lo que sorprende a mis colegas biólogos de Harvard y de la comunidad científica es que me dedique a la biología del amor...
- Que no se ve al microscopio.
- Se ve. Como biólogo me he preocupado de los seres vivos y he estudiado
la evolución y así he comprobado que la nuestra no es una historia de
lucha por la supervivencia...
- ¿Ah no?
-... Sino de la conservación y de la solidaridad. El que gana no es el
que mata al otro, sino simplemente el que sobrevive: la nuestra es una
historia de cooperación para sobrevivir. Y así surge el lenguaje que nos
hace humanos, cuando la sexualidad de la hembra humana deja de ser
estacional...
- Supongo que se refiere al celo.
- Las demás primates siguen teniendo celo, pero nuestras hembras ya no
son periódicas, así dejan de ser objeto disputable para convertirse en
centros del placer y de la convivencia en el grupo humano. Y así surge
el lenguaje: una coordinación de haceres.
-¿Y el amor?
- Es lo que fundamenta esa cercanía que permite la supervivencia del
individuo y de la especie: el placer de estar juntos, amar.
- Yo pensaba que usted venía a dar un curso a Esade, una escuela de negocios...
- Es que la mayor parte de los problemas de una empresa hoy se deben al
factor humano. Por mucha tecnología que empleemos: son las personas las
que deciden.
- ¿Y qué propone usted?
- Que se tengan en cuenta esos millones de años de evolución que vienen a
convertirnos en seres que necesitan tener presencia: ser vistos, ser
escuchados. Sin ese placer de ser tenidos en cuenta por el grupo,
nuestra vida se convierte en un sinsentido. Nos duele.
- ¿En qué sentido?
- La mayor parte de los dolores de nuestra existencia son culturales.
Pregúntese dónde le duele la vida y verá que no es en su cuerpo.
- ¿En el bolsillo?
- Verá que la vida le duele en los espacios donde no es visto, en donde está usted siendo negado, en sus espacios de desamor.
- ¿No me duele la hipoteca?
- Mucho menos que no contar con el respeto de sus compañeros de trabajo o
de sus vecinos, de su familia y amigos. Verá que en el fondo lo que nos
mueve a los humanos es esa necesidad ancestral de ser reconocidos que
arrastramos desde el origen de la especie, porque es la causa de que hoy
existamos.
- ¿Que nos reconozcan en qué sentido?
- Que nos valoren, que consideren nuestra aportación al grupo y que nos
lo demuestren en su trato con nosotros. Eso es lo que está detrás de
todos, incluso detrás de quien se compra grandes coches, aviones a
reacción o grandes palacios: queremos que nos quieran por puro mandato
biológico.
- ¿Cómo aplica eso a la empresa?
- Si a usted no le reconocen y le aprecian como ser útil, convertirá su trabajo en inútil.
- El único sentido del trabajo es un trabajo con sentido.
- Nadie puede convertirse en mero robot instrumento de los deseos y
designios de otro. Tiene usted que participar como persona en lo que
hace y tener responsabilidad. ¿Por qué iban los homínidos a cazar?
- Por carne.
- No sólo por carne, sino por el respeto y el reconocimiento del
cazador. Podían volver sin una pierna o sin un ojo, pero no sin ese
respeto. Porque sólo en el espacio en el que se tiene presencia, se es
productivo y se puede convivir con satisfacción. Allí aparece la
inteligencia, la creatividad y el placer de hacer lo que se hace. Así
dejamos de ser monos.
- ¿Cómo aplica esa biología empresarial?
- Recuerdo al gerente de una empresa farmacéutica chilena cuyos
directivos le obligaron a iniciar una investigación para localizar al
culpable de un error de etiquetado y despedirlo. Era el empleado o él.
- ¿Qué le recomendó usted?
- Que no hiciera de policía, sino de empresario y que no buscara
culpables, sino razones. Si buscaba culpables, todos le mentirían por
miedo a ser despedidos y tal vez echaría a un empleado, pero el error
seguiría allí. En cambio, si pedía ayuda para descubrir razones,
encontraría apoyo y luego las razones..
- ¿Se las dieron?
- Descubrió que el error se había producido a consecuencia de una exigencia de los directivos en el aumento de producción.
- ¿Hubo despidos?
- ¿Para qué si la causa del error había sido subsanada? Los empleados
pidieron disculpas con su honestidad reconocida y se reincorporaron al
trabajo de una manera distinta, porque habían contado con ellos. Y el
efecto es sistémico: si castigas el error, el próximo se tapa con una
mentira, pero no se corrige; en cambio si respetas el error, puedes
corregirlo y aumentar así la responsabilidad de todos. Pruébelo con
niños. Verá.
- ¿Y con los sentimientos funciona?
- Si no reconoces, no te reconocen y sufres y haces sufrir. Una señora
perdió a su hijo, que se suicidó en el laberinto de la sanidad mental.
Ella se consagró a que no volviera a pasarle a una madre: montó una
fundación, una asociación y se puso a escribir un libro...
- Entusiasta y ejemplar.
-... ¿De verdad? Yo la sentía desgraciada y le pregunté por su familia:
uno de sus otros tres hijos se drogaba y los otros dos tenían otros
graves problemas, pero la señora había instalado su dolor en el lugar de
sus hijos.
- Los había dejado de reconocer.
- Le dije que olvidara el libro y la fundación y que mirara a sus hijos:
que los reconociera y contara con ellos. El libro está sin escribir,
pero ya no les hace ninguna falta.
Fotografía: Pilar Vidal Clavería