Hace pocos días comenté Quieto, el libro escrito por su padre, Màrius Serra.
Dedicado a su hijo, es un libro especial, como todo lo que ha rodeado a la vida de Llullu, desde que llegó a este mundo.
Estoy segura que habrán sido muchas las personas acompañando a Llullu en su despedida y muchas también las que lo mantendremos en nuestra memoria.
Mi recuerdo para Llullu, está acompañado de estas palabras de la doctora Elisabeth Kübler-Ross como respuesta a una de las preguntas:
- ¿Por qué niños tan buenos deben morir?
La respuesta es sencillamente que esos niños han aprendido en poco tiempo aquello que debían aprender.
26 de julio 2009 El Periódico de Catalunya
Muere a los 9 años Llullu, el hijo «quieto» de Màrius Serra
1. • El niño, aquejado de una encefalopatía, protagonizó el último libro del autor
Lluís Serra, Llullu para la familia, sufría una de las más radicales discapacidades, lo que popularmente se conoce como parálisis cerebral y que los médicos evalúan como una encefalopatía grave con un grado de disminución del 85%. Llullu, que se dio a conocer para el gran público gracias a Quiet, el libro con el que su padre, el escritor y enigmista Màrius Serra reflexionó sobre la experiencia de convivir con esa dolencia, falleció la tarde del pasado viernes en el domicilio familiar de Horta, en Barcelona, a consecuencia de una parada cardiorrespiratoria.
Serra decidió escribir el libro, que calificó como «una novela sin ficción» y que ha sido muy bien acogido por los lectores, a raíz de la constatación de que su hijo jamás podría correr y a partir de un montaje fotográfico que lo convertía en un atleta. Las imágenes que simulaban el movimiento del pequeño, y que se incluyen en el libro, fueron el acicate para un texto que en ningún momento quiso jugar al victimismo y sí echar mano de la ironía y la comicidad tan propias del autor.
Quiet rememoraba la aceptación de un paternidad diferente y la constatación de que un niño o un adulto de estas característica suele ser alguien rechazado o sencillamente obligado a la invisibilidad. Serra y su familia –Llullu tiene una hermana mayor, Carla– han intentado llevar con él, en la medida de lo posible, una vida normalizada, lo que ha incluido no pocos viajes a lugares remotos, como por ejemplo Hawai o Vancouver. «Tener un hijo tan vulnerable me ha hecho invulnerable a muchos contratiempos que antes de conocerle me podían amargar la vida», relativizaba Serra en la presentación de su libro.
CONCIERTO SOLIDARIO / El pasado 14 de junio, el éxito del libro propició un concierto benéfico, Mou-te pels quiets, en el que se recaudaron fondos para las fundaciones Nexe y Guimbarda dedicadas a la atención de los pluridiscapacitados, «el furgón de cola de nuestra sociedad», según definición del autor. Una veintena de artistas entre ellos El Tricicle, Sergi López, Joan Miquel Oliver, Nina y Pau Riba actuaron en el Auditori de Barcelona en una fiesta que hoy, a poco más de un mes, adquiere tintes de despedida involuntaria.
El funeral laico del pequeño se hará hoy a las 9.30 horas en el Tanatorio de Ronda de Dalt. Después, recibirá sepultura en el cementerio de El Papiol, Barcelona.
Flores para Llullu
Foto: Pilar Vidal Clavería
Dos días después:
Hoy martes 28 de julio iba en el tren y desde lejos he visto la columna de La Vanguardia que leia otro pasajero, Llullu en la memoria.
De vuelta a casa he podido verla en el ordenador, corresponden a la parte final del libro Quieto y acompañan a las imágenes de LLullu, me emocionaron entonces y me emocionan ahora.
EL RUNRÚN
Llullu en la memoria
Màrius Serra - 27/07/2009
"Nunca podré olvidar las palabras que no recuerdo haber escuchado ni leído, ni dicho ni escrito"
No me acuerdo de cómo se llama mi madre. No me acuerdo de cómo se llama mi padre. No me acuerdo de cómo se llama mi hermana. No me acuerdo de cómo se llaman mis dos abuelas, ni de si llegué a conocer a mis dos abuelos. No me acuerdo de cómo se llaman los familiares que me visitan cuando estoy en el hospital. No me acuerdo de los nombres de mis dos escuelas, ni de los muchos maestros, monitoras, fisios, cuidadoras y compañeros que he tenido. Como no me acuerdo de nada, nada puedo tampoco olvidar. No puedo olvidar a mi madre, ni cómo se llama, ni su voz de terciopelo, ni sus brazos suaves que me calientan cuando tengo frío, ni su risa de niña eterna, ni la paz que me da cada vez que me disparo, y no puedo olvidar ni olvido que me quiere, aunque no entienda sus palabras de amor. No me puedo olvidar de cómo se llama mi padre, ni de las historias que me cuenta, ni de los meneos que me pega cuando intenta vestirme, ni de su olor intermitente de tabaco ni de los gritos que suelta cuando me dice Llullu-cómo-estáás, ni puedo olvidar que por culpa suya todos me conocen por este nombre que empequeñece la boca de quien lo pronuncia. No me puedo olvidar de cómo se llama mi hermana, ni de cómo se enfada cuando nuestros padres le llaman Pepita o algún otro nombre por el estilo, ni puedo olvidar las cosas tremendas que me cuenta a la oreja, ni tampoco aquella redacción en la que explicaba que le encanta aplastarme ni puedo olvidar, sobre todo, sus inconfundibles carcajadas. No me acuerdo de la niña gitana que se llevaron a la sala de espera para bendecirla, ni de la hija del guardia civil, ni de ninguno de los compañeros de habitación con los que he convivido en hospitales todos estos años, y por eso no les olvido. No recuerdo la boca de piedra en la que mi hermana metió la mano con temor mientras yo sonreía, y por eso no puedo olvidarla. No recuerdo haberme cagado en la basílica de San Pedro, ni tampoco me acuerdo de las promesas que me hizo mi padre mientras paseábamos entre estatuas de piedra que nos miraban todo el tiempo, y por eso no lo olvido. No me acuerdo del día que mi padre me dijo Llullu por primera vez, ni tengo la más remota idea de cómo fue que todos le siguieron la corriente y empezaron a poner morros para llamarme así, y por eso ni lo olvido ni puedo olvidarlo. No recuerdo haber visto a mi primo bailando el No rompas más mi pobre corazón,y por eso no lo olvido. No olvido Eurodisney. Ni el Tibidabo ni Port Aventura ni Gardaland ni Santapark. No me acuerdo del campesino que se arrodilló a rezar por mí, ni de las cosas que le decía a su dios, ni de las caras de tonto que ponían papá y mamá, y por eso no lo olvido. No me acuerdo de los dos hombres de las narices que tenían la misma cara, y por eso no les olvido. No me acuerdo de los gritos de asco que profería la dueña de un restaurante de pescado cuando me vio entrar por la puerta, y por eso no lo olvido. No me acuerdo de la camilla rodante que empujaban los hombres de rojo la noche que subí a una hidroambulancia, y por eso no lo olvido. No me acuerdo de la niña de etnia llullu que vivía con unos amigos de mis padres desde mucho antes de nacer yo, y por eso jamás podré olvidarla. No me acuerdo de nada, yo, y nada olvido. Nunca podré olvidar las caricias que no recuerdo haber recibido. Nunca podré olvidar las palabras que no recuerdo haber escuchado ni leído ni dicho ni escrito. Quien no recuerda no olvida. Quien no olvida recuerda. Amo, pero no lo recuerdo. Me aman, y no lo olvido. Nunca caeré en el olvido".
MariusSerra@ verbalia. com
Hoy martes 28 de julio iba en el tren y desde lejos he visto la columna de La Vanguardia que leia otro pasajero, Llullu en la memoria.
De vuelta a casa he podido verla en el ordenador, corresponden a la parte final del libro Quieto y acompañan a las imágenes de LLullu, me emocionaron entonces y me emocionan ahora.
EL RUNRÚN
Llullu en la memoria
Màrius Serra - 27/07/2009
"Nunca podré olvidar las palabras que no recuerdo haber escuchado ni leído, ni dicho ni escrito"
No me acuerdo de cómo se llama mi madre. No me acuerdo de cómo se llama mi padre. No me acuerdo de cómo se llama mi hermana. No me acuerdo de cómo se llaman mis dos abuelas, ni de si llegué a conocer a mis dos abuelos. No me acuerdo de cómo se llaman los familiares que me visitan cuando estoy en el hospital. No me acuerdo de los nombres de mis dos escuelas, ni de los muchos maestros, monitoras, fisios, cuidadoras y compañeros que he tenido. Como no me acuerdo de nada, nada puedo tampoco olvidar. No puedo olvidar a mi madre, ni cómo se llama, ni su voz de terciopelo, ni sus brazos suaves que me calientan cuando tengo frío, ni su risa de niña eterna, ni la paz que me da cada vez que me disparo, y no puedo olvidar ni olvido que me quiere, aunque no entienda sus palabras de amor. No me puedo olvidar de cómo se llama mi padre, ni de las historias que me cuenta, ni de los meneos que me pega cuando intenta vestirme, ni de su olor intermitente de tabaco ni de los gritos que suelta cuando me dice Llullu-cómo-estáás, ni puedo olvidar que por culpa suya todos me conocen por este nombre que empequeñece la boca de quien lo pronuncia. No me puedo olvidar de cómo se llama mi hermana, ni de cómo se enfada cuando nuestros padres le llaman Pepita o algún otro nombre por el estilo, ni puedo olvidar las cosas tremendas que me cuenta a la oreja, ni tampoco aquella redacción en la que explicaba que le encanta aplastarme ni puedo olvidar, sobre todo, sus inconfundibles carcajadas. No me acuerdo de la niña gitana que se llevaron a la sala de espera para bendecirla, ni de la hija del guardia civil, ni de ninguno de los compañeros de habitación con los que he convivido en hospitales todos estos años, y por eso no les olvido. No recuerdo la boca de piedra en la que mi hermana metió la mano con temor mientras yo sonreía, y por eso no puedo olvidarla. No recuerdo haberme cagado en la basílica de San Pedro, ni tampoco me acuerdo de las promesas que me hizo mi padre mientras paseábamos entre estatuas de piedra que nos miraban todo el tiempo, y por eso no lo olvido. No me acuerdo del día que mi padre me dijo Llullu por primera vez, ni tengo la más remota idea de cómo fue que todos le siguieron la corriente y empezaron a poner morros para llamarme así, y por eso ni lo olvido ni puedo olvidarlo. No recuerdo haber visto a mi primo bailando el No rompas más mi pobre corazón,y por eso no lo olvido. No olvido Eurodisney. Ni el Tibidabo ni Port Aventura ni Gardaland ni Santapark. No me acuerdo del campesino que se arrodilló a rezar por mí, ni de las cosas que le decía a su dios, ni de las caras de tonto que ponían papá y mamá, y por eso no lo olvido. No me acuerdo de los dos hombres de las narices que tenían la misma cara, y por eso no les olvido. No me acuerdo de los gritos de asco que profería la dueña de un restaurante de pescado cuando me vio entrar por la puerta, y por eso no lo olvido. No me acuerdo de la camilla rodante que empujaban los hombres de rojo la noche que subí a una hidroambulancia, y por eso no lo olvido. No me acuerdo de la niña de etnia llullu que vivía con unos amigos de mis padres desde mucho antes de nacer yo, y por eso jamás podré olvidarla. No me acuerdo de nada, yo, y nada olvido. Nunca podré olvidar las caricias que no recuerdo haber recibido. Nunca podré olvidar las palabras que no recuerdo haber escuchado ni leído ni dicho ni escrito. Quien no recuerda no olvida. Quien no olvida recuerda. Amo, pero no lo recuerdo. Me aman, y no lo olvido. Nunca caeré en el olvido".
MariusSerra@ verbalia. com
1 comentario:
Leí el libro "Quieto" de Marius y comprobé lo que ya sabía: que estos niños dan un gran amor a los de alrededor.
LLullu, los que sabíamos de ti, nunca te olvidaremos.
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