"No sólo es normal que los adolescentes no cuenten algunas cosas en casa; es sano, correcto y beneficioso; hay una zona de intimidad en las personas - y también en los adolescentes- que hay que preservar y es bueno que se preserve; los padres no tenemos por qué saber todo lo que hacen o dejan de hacer, piensan o dejan de pensar nuestros hijos", responde Javier Elzo, sociólogo y autor de El silencio de los adolescentes: lo que no cuentan a sus padres (Temas de Hoy). Su respuesta coincide con la de otros psicólogos y pedagogos consultados, que enfatizan que mientras los padres se lamentan de que sus hijos no hablan con ellos o bien indagan y preguntan para saber sobre ellos, los adolescentes se quejan de que sus padres los rallan, de que no se puede hablar con ellos, de que sólo saben echar broncas y de que no los tienen en cuenta, denotando con ello interés por comunicarse.
CLAVES PARA HABLAR CON LOS HIJOS ADOLESCENTES
Inmediatez Cuando quieren hablar, dejarlo todo y atenderles. Los adolescentes no hablan cuando los padres quieren o les va bien, sino cuando lo necesitan. Si se deja pasar esa ocasión, se cerrarán.
Confianza Compartir con los hijos detalles de la propia infancia y adolescencia, los amores no confesados, las decepciones y frustraciones, los problemas familiares (sin caer en la figura del "padre batallitas") contribuye a crear un clima de confianza compartida. Y, para ganarse la confianza, conviene no prejuzgar, no poner trampas, evitar los dobles mensajes y no engañarles.
Respeto Hay que respetar su intimidad, sus silencios y aceptar las confidencias que quieran hacer, sin forzarlas y, mucho menos, desvelarlas a terceros. Y nunca ridiculizar, por tonto o nimio que parezca el tema. Si lo plantean, es que a ellos les preocupa o interesa.
Control Si cuando se desahogan o hacen una confidencia un poco fuerte los padres se escandalizan, los sermonean o castigan severamente, probablemente sea la última vez que se sinceren. Hay que afrontar con calma el conflicto, porque es una ocasión para educar. Si se elude, se está validando lo que ha hecho o dicho; si se silencia, se estará dando por bueno.
Aceptar sus formas Difícilmente un adolescente se expresará con serenidad y buen tono; lo habitual es que discuta apasionadamente. Hay que tratar de ver los temas desde su punto de vista.
Razonar mediante el diálogo Hay que evitar el monólogo disfrazado de diálogo, escuchar y entender para después dialogar. No se puede pretender tener la razón en todo. Los padres también se equivocan. Y a la hora de exponer razones, hay que buscar las que puedan tener peso para ellos, no las importantes desde el punto de vista de los padres.
Llegar a establecer pactos Hay que ser flexibles y no caer en el todo o nada. El regateo puede ser una forma de conversación que dé mucho juego. Se puede ceder en lo superficial para ganar en lo esencial. Es mejor ir consiguiendo pequeñas metas que pretender la solución perfecta. Dar criterios, no sermones. Tratar un solo tema cada vez y de forma breve. Si se abruma al adolescente con muchas cuestiones, a los dos minutos desconectará porque le sonará al rollo de siempre. Tampoco hace falta que de cada conversación padres-hijo salgan pautas de conducta.
Ser positivos Es importante no quejarse de todo, etiquetarlos, generalizar o mostrarse suspicaces para evitar rallarlos y que se cierren en banda. Es mejor comenzar por los comentarios positivos, mirándoles a los ojos, estableciendo contacto físico y dejando claro que se es familia, se está en el mismo equipo y se le quiere.
"Los padres han de ser cautelosos con la expresión ´no cuenta nada´ referida al hijo, pues hay cosas que, normal y sanamente, los hijos no cuentan - ni contaron ni contarán- a los padres, como lo referente a sus sueños y pesadillas, al primer amor, a ideas de suicidio y pensamientos de fuga, sus preocupaciones, lo que les dicen sus amigos, sus creencias religiosas o sobre el maligno, el temor a quedarse solos por un accidente de los progenitores...", asegura Javier Urra, psicólogo y autor de ¿Qué ocultan nuestros hijos? (La Esfera de los Libros). Y añade que durante la adolescencia "los hijos están ganando autonomía y necesitan distancia, silencios, hasta pequeñas ocultaciones; los secretos son una parte necesaria de la evolución hacia la madurez". Elzo recuerda que precisamente la labor de los padres es ayudar a los hijos a ser autónomos y responsables, "de modo que el éxito de un buen padre es darte cuenta, por duro que sea, de que poco a poco eres prescindible".
Tampoco hay que confundirse. Que los chavales no cuenten todo no quiere decir que no cuenten nada. Es más, según las encuestas realizadas por Urra entre 4.000 hijos y padres de toda España para elaborar su informe, aproximadamente el 10% de los jóvenes afirma que no oculta nada a sus padres, al menos nada que considere relevante. "No es necesario, ni normal, que los adolescentes compartan todo con sus padres, porque estos no son sus colegas, y hay una edad en que su mundo son sus iguales y es en sus amigos en quienes confían; los que ahora son padres tampoco les decían a los suyos con quién se besaban o las barbaridades que escribían en el diario, a veces sobre sus propios padres; luego eso pasa, es un momento evolutivo, y la privacidad de los adolescentes es algo necesario, básico", apunta Isabel Menéndez Benavente, psicóloga especializada en niños y adolescentes.
Hay consenso en que los chavales de ahora no cuentan menos a sus padres que en otras épocas, entre otras razones porque los progenitores de ahora son más permisivos y abiertos con relación al sexo, saben lo que es salir por la noche... "La relación padres-hijos es incomparable con generaciones anteriores, cuando en la mitad de las familias el padre dictaba y el hijo obedecía; hoy la mayoría de los jóvenes de 17 y 18 años dice que lo único que oculta es lo que les puede dañar", enfatiza Urra. "A los adolescentes siempre les ha costado hablar con sus padres y a los padres con sus hijos; lo que ocurre es que la comunicación es ahora más necesaria porque las condiciones educativas han cambiado muchísimo: hemos ganado en libertad y expectativas, pero hemos perdido en autoridad y respeto, y la sociedad es más compleja y hay más variables que controlar", señala Pilar Guembe, pedagoga y coautora, con Carlos Goñi, de No se lo digas a mis padres (Ariel) y No me ralles (Nabla).
Guembe subraya que es normal que los hijos, que en la adolescencia descubren la intimidad, guarden para sí sus cosas, pero advierte que los padres deben conjugar el respeto a esa intimidad con el acercamiento a sus hijos. "Es imprescindible que haya comunicación padres-hijo porque sin comunicación no se puede educar; si no hablamos con ellos no sabremos qué hacen, qué piensan o qué sienten y, sin saber eso, no les podremos educar", indica la pedagoga.
Pero esa comunicación no se logra agobiándolos a preguntas, estando encima de ellos, metiéndose en sus asuntos, o revisando sus mensajes o su messenger. Cuando los padres indagan y aprovechan cualquier comentario o confidencia para reprender o ridiculizar, los hijos se cierran en banda y callan más.
"Si los padres no respetan su intimidad, si sólo sermonean, si siempre hablan de lo mismo, si no les escuchan, si los hijos ven que se creen que lo saben todo y nunca se equivocan, será más difícil que se cree un ambiente adecuado para el diálogo; los hijos no son delincuentes que controlar, sino hijos que educar", remarca Guembe. Tampoco se trata de, por no controlarlos o por no meterse en sus cosas, pasar de ellos "y convertirlos en 'huérfanos con padres vivos', una figura, por desgracia, demasiado habitual", advierte.
La dificultad estriba, por tanto, en comunicarse con ellos sin invadir su intimidad, salvaguardando las zonas de autonomía y privacidad. "En la comunicación padres-hijos hay una línea muy estrecha que sirve de frontera entre la necesaria autonomía de los hijos y la tutela a ejercer por los padres. Es difícil alcanzar el equilibrio, pero es necesario", afirma Javier Urra.
Isabel Menéndez cree que la clave es "que sientan nuestros pasos pero no nuestro peso; es decir, que sepan que estamos ahí, disponibles y dispuestos a escucharlos, supervisando, pero sin someterles a un tercer grado". Y lo ilustra con un ejemplo: "Podemos preguntarles dónde van y pedirles que lleven el móvil encima y conectado con el argumento de que si hay una urgencia necesitamos poder localizarlos, pero luego no estar llamándolos cada cinco minutos para ver qué hacen".
Por otra parte, psicólogos y pedagogos remarcan que la comunicación y la confianza con los hijos se gana poco a poco, de forma que de nada sirve comenzar a preocuparse en la adolescencia si desde los primeros años no se les ha demostrado que importan, que interesan sus cosas, que se disfruta perdiendo el tiempo con ellos y que se está a su lado. El sociólogo Javier Elzo opina que la comunicación se complica hoy día en muchas familias por el agobio que viven los padres. "Los chavales lo perciben y tienen un doble sentimiento: por una parte la necesidad de hablar con sus padres de lo que a ellos les interesa - no de lo que interesa a sus padres- y, por otra, algo nuevo que antes no se tenía, el temor y cierta preocupación por no dañar, no preocupar y no molestar a los progenitores", explica, convencido de que los hijos se callan muchas cosas porque ven a sus padres agobiados y no les quieren preocupar.
Claro que también son muchos los que callan por miedo a ser sancionados, porque les impondrán prohibiciones o, simplemente, porque no serán entendidos. "Si un chaval cuenta algo, es una ocasión de oro para hablar con él, sin hacer una reprimenda o sermón en cada ocasión, porque entonces no volverá a contar nada", dice Elzo. Eso no significa que si ha hecho algo grave se pase por alto, pero conviene buscar la ocasión adecuada. "Si el chaval llega bebido a la una de la madrugada, no será esa noche ni a la mañana siguiente, cuando esté con resaca, el momento de hablar de lo que ha pasado ni de encauzar su comportamiento", ejemplifica.
Tampoco favorece el diálogo con los hijos el que muchos padres limiten sus conversaciones al área instrumental: "¿Te has duchado?", "¿has hecho los deberes?". De hecho, tanto Javier Urra como Javier Elzo han constatado que muchos chavales se lamentan de que sus padres sólo les preguntan por las notas que sacan, que sólo se preocupan por sus calificaciones y que el resto de aspectos escolares y personales los consideran niñerías. Y esa desconsideración o falta de interés por sus preocupaciones y por sus asuntos figuran entre los motivos que los adolescentes aducen para no contar cosas a sus padres (véase información de apoyo) y también condicionan los temas que ocultan. Elzo sintetiza en cuatro las áreas de ocultación: sus relaciones sexuales, las cuestiones relacionadas con el consumo de drogas y de alcohol, las notas y lo que hacen en Facebook y otros foros de internet, que hoy es su principal medio de comunicación y socialización.
El informe de Urra sobre ¿Qué ocultan nuestros hijos? ofrece una lista más detallada de las ocultaciones más habituales, con curiosidades como la de un chaval que no cuenta a sus padres que va a misa. "La mayor parte de los secretos de los adolescentes son inocentes, y los que no lo son es mejor que los compartan con otros adultos que no sean los padres", tranquiliza este psicólogo. Y recuerda, además, que los padres también callan cosas a sus hijos por no perder su autoridad.