T. Barry Brazelton, pionero de la pediatría moderna; creador de la escala Brazelton.
Tengo 92 años y la inmensa suerte de haber visto mi investigación convertida en una vida mejor para todos. . . ¡Y se reían de mí! Nací en Texas, pero soy demócrata y pro Obama: rechacé una invitación de los Bush a cenar. Colaboro con Ajut Nens Necessitats Especials (ANNE).
Cuando nací, se creía que los niños eran apenas arcilla para que nosotros los moldeáramos; seres sin identidad propia... Hasta el punto de que se llegaba a operarlos sin anestesia porque se creía que no sufrían igual que los adultos.
Lluís Amiguet, La Contra-LaVanguardia, 12 de febrero 2011
¿Por qué se hizo pediatra?
Decidí serlo a los ocho años; después de haber cuidado a mis primitos unos días y haber deseado con todas mis fuerzas meterme en sus cabecitas para entenderlos.
¿Y qué hay dentro de sus cabecitas?
Tienen su personalidad ya desde el senomaterno. Nuestra soberbia nos hace creer que podemos hacer de un niño lo que nos propongamos, y es al contrario: son los niños quienes nos educan.
¿El que es tozudo lo es desde el útero?
Es lo que demostré durante años de investigación: son los niños –cada uno con su carácter– los que, con su modo de actuar, acaban determinando la conducta de sus padres.
En el fondo es un alivio saberlo.
Porque el complejo de culpa es inevitable reverso del de superioridad. Como los padres se creen capaces de moldear a su gusto al bebé, mero proyecto, desde la cuna hasta la edad adulta, también se sienten culpables –“¿qué hemos hecho mal?”– cuando ese niño no les sale como ellos habían deseado.
Y los papás no son siempre culpables.
También a los pediatras, pedagogos y otros profesionales nos gusta pensar en nosotros mismos como los únicos que sabemos qué hacer con los niños, pero los verdaderos expertos en cada niño son sus padres.
Suelen ser los más angustiados.
Aun así, los expertos no podemos decir a los padres qué deben hacer, sino preguntarles a ellos qué debemos hacer y mirar juntos al niño para que nos lo diga él con su conducta. Después, trabajaremos desde su personalidad con disciplina, sabiendo que la disciplina no es castigar, sino enseñar.
Hay niños que tienen cada momento...
No controle al niño: enséñele autocontrol.
Si tienen personalidad, los bebés también tendrán su cultura...
¡Y qué diversa! Durante años combiné la pediatría con la antropología cultural, y estudié el embarazo y el parto en los indios mexicanos; en África y en Japón.
¿Y qué descubrió?
¡Ya en el seno materno se comportan como indios, africanos o japoneses!
¿Cómo?
Los embriones mexicanos eran plácidos y tranquilos, como sus madres, y en las islas Goto, junto a Japón, la embarazada estaba tan atendida por todos que su grado de relajación era máximo. El resultado es que cuando hacía allí mis pruebas a los recién nacidos ¡mantenían la atención 30 minutos!
Una gran marca, incluso para adultos.
En cambio, los bebés de Tokio la mantenían 18 minutos, y los estadounidenses, 12.
¿Y los africanos?
Sus madres ya en el embarazo educan su psicomotricidad –saltan, cantan y bailan– y después toda su cultura está enfocada a mejorarla: los zarandean; mueven; y hacen correr... Y caminan antes. Pura expresión corporal. Lo comprobé con los gussi de Kenia.
Después son grandes atletas.
Pero no tan buenos manteniendo la atención: es necesario encontrar un equilibrio.
Además, su descubrimiento de los touchpoint revolucionó la pediatría.
Sólo demostré que los niños no crecen de forma uniforme y regular como se creía.
¿Dan estirones?
Su crecimiento se acelera o frena y después da otro acelerón... Y frena... Son periodos de organización-desorganización.
Duros no sólo para el niño, doctor.
Pero menos si sabes comprenderlos: el caso es que esa desorganización puede ser afrontada por los padres si aprenden a mejorar la autoestima de sus hijos cuando más la necesitan. Y para ello creé el método de los momentos clave (touchpoints).
Hacerse mayor duele.
Crecer es de por sí una tarea muy estresante, y los niños que cuentan con adultos que confían en ellos crecen mucho mejor.
Hoy parece de sentido común.
Pues no lo era: créame. Soporté muchas risitas antes de que mi trabajo tuviera consecuencias políticas y después en las vidas de todos. Algo de lo que me siento orgulloso.
Cuéntenos.
Estas investigaciones demostraban lo esenciales que son los primeros años en la formación de los ciudadanos y el futuro de un país y dieron lugar a la ley de 1986 de EE.UU., que contribuyó a abrir camino en el mundo a los permisos de paternidad.
Una conquista social de primer orden.
El premio Nobel de Economía James Heckman utilizó mi trabajo para argumentar que la inversión pública en el embarazo y primeros cuatro años años de vida de los ciudadanos en medicina preventiva, guarderías, alimentación, conciliación familiar, permisos para los padres o atención psicosocial era mucho más rentable que la realizada en ciudadanos ya adultos.
¿En qué medida?
Cada dólar invertido por el Estado en ciudadanos menores de cuatro años es un diez por ciento más rentable para la sociedad que los destinados a los mayores.
Hoy parece casi una obviedad.
Entonces cambiamos las prioridades de inversión mundial y con ellas las vidas de millones de personas: por eso tengo millones de motivos para ser feliz.
Los nenes piensan
Almuerzo con el doctor Brazelton y la grata complicidad de sus vivísimos y nonagenarios ojos azules. Es de los grandes que han pasado por La Contra: lo percibo en la modestia y naturalidad con que me cuenta cómo logró cambiar el modo en que miramos a los niños; se les creía meros proyectos sin personalidad y por él sabemos hoy que son personas ya desde el útero. Y gracias a él, los gobiernos dedican a los menores de cuatro años y a sus hospitales, sus guarderías y sus papás lo suficiente como para haber incrementado la duración y calidad de la vida de millones de personas. Sólo han pasado 84 años desde que este niño de Texas se preguntó qué demonios pensaban –si es que pensaban– sus traviesos primitos.
Salida sol Barcelona, febrero 2011
Fotos: Pilar Vidal Clavería
El capítulo Cinco de la obra del
doctor Bach,
Curáte a ti mismo, está dedicado a la paternidad, como oficio privilegiado, que pasa de uno a otro, de carácter transitorio y que se transmite de generación en generación.