El recorrido que hizo
Enaiatollah Akbari desde Afganistán a Italia no se puede considerar turístico, sino de supervivencia.
En el libro
En el mar hay cocodrilos, Enaiat nos explica su historia desde los ocho hasta los catorce años, con la ayuda del periodista
Fabio Geda.
Las ganas de vivir fueron el impulso que permitieron a Enaiat, después de llegar al Pakistán continuar su ruta hacía Irán, Turquia, Grecia y finalmente Italia.
Con ocho años hizo su primer viaje del Afganistán al Pakistán con su madre, a la ciudad de Quetta, a los pocos día de llegar, al despertarse por la mañana su madre no estaba, los otros viajes los continuó sin ella, movido por la esperanza de encontrar un lugar mejor que el anterior, asumiendo los riesgos de atravesar, no importa cómo, los muchos kilómetros que separan los países que atravesó, hasta poder llegar a Italia.
El pasado junio apareció una
entrevista en La Contra de La Vanguardia.
Enaiatollah Akbari, que con diez años huyó a pie de Afganistán
“Mataron al profesor ante los niños: así se destruye un país”
Creo que tengo unos 22 años. Nací en una aldea afgana, Nava, y hoy vivo en Turín (Italia): llegué caminando y en camiones. Trabajo y estudio, acogido en una familia turinesa. Estoy soltero, sin hijos. Los políticos afganos son títeres ignorantes. La religión es el opio del pueblo.
VÍCTOR-M. AMELA
¿Desconoce su edad?
Yo calculo que tendría unos diez años cuando mi madre me abandonó…
¿Por qué le abandonó?
Quiso darme una vida mejor. Me llevó de Afganistán a Pakistán…
¿Tan mal estaban en Afganistán?
Unos talibanes querían secuestrarme para esclavizarme. Amí y a mi hermano. Mi madre nos escondía en un agujero en el suelo, pero yo iba creciendo, y ya no cabíamos.
¿Qué querían hacerles esos talibanes?
Un rico talibán obligó a mi padre a conducir un camión de mercancías a Irán y…
¿Le obligó?
Somos de la etnia hazara, minoría afgana siempre humillada: somos minoría entre la mayoría pastún, chiíes entre la mayoría suní, hablamos dari (afín al farsi de Irán)…
¿Bajo qué amenaza fue obligado?
Matar a su esposa e hijos. ¡Así eran los talibanes, fanáticos llegados de muchos países!
¿Y qué hizo su padre?
Conducir el camión. Unos bandidos le asaltaron en un barranco, robaron la carga y le mataron. Al saberlo, el rico envió a un sicario a mi madre: “Entréguenos a sus hijos para compensar los daños causados por su marido”. Por suerte, no estábamos en casa esa tarde. Y mi madre empezó a escondernos, hasta que hicimos aquel viaje a Pakistán…
¿Qué le dijo su madre al abandonarle?
Nada. Me adormeció entre caricias mientras me reiteraba tres consejos: “Jamás empuñes un arma. Jamás te drogues. Jamás robes”. Y por la mañana, ella ya no estaba…
¿Y qué hizo usted?
Llorar… y enseguida pensar en sobrevivir. Hacía recados al dueño del almacén y dormía allí. Comía lo que recogía en el mercado de Quetta, hice de vendedor ambulante…
¿Qué aprendió allí?
A hacer amigos. Nos juntamos un grupo de niños huérfanos.
¿Cumplió los mandamientos de mamá?
Sí. Tomar un poco de comida de aquí o allá no es robar: es sobrevivir.
¿Qué recuerda de Afganistán?
Lo bonito que era vivir en mi aldea, hasta que llegaron los talibanes, pagados por el dinero wahabí saudí. Cerraron la escuela.
¿Por qué la cerraron?
Odiaban que el profesor explicase más cosas que recitar el Corán. Primero le amenazaron. Luego volvieron, formaron con los niños un corro en el patio, en el centro colocaron al profesor… y le pegaron un tiro.
¿Volvió a abrir la escuela?
No. ¡Así se destruye un país! Hoy el 80% de los parlamentarios en Afganistán son analfabetos, son títeres ignorantes.
Hoy vive en Italia: ¿cómo llegó?
Una bomba talibán mató a 19 personas en mi mercado, otro día me tomaba una sopa… y un wahabí me la volcó porque no cumplía con sus normas… ¡Y me harté!
¿Y adónde fue?
Un amigo y yo pagamos a un traficante de personas que nos llevó a Irán, a trabajar en canteras… Esclavos, pero cobrábamos.
¿Cómo llegaron?
En dobles fondos de camiones, entre personas apretujadas. Siempre moría alguien…
¿Por qué siguió hacia Occidente?
Una piedra me hirió una pierna, y me maltrataron en vez de cuidarme. En cuanto pude caminar, decidí buscar un lugar mejor. Y alguien dijo que Turquía era mejor…
¿Y cómo llegó a Turquía?
Éramos setenta personas caminando durante 27 días a través de una cordillera montañosa. Bebíamos de la nieve. Murieron doce personas en el camino… Robé los zapatos de un cadáver, los míos estaban rotos.
¿Mereció la pena el viaje?
¡Qué belleza, al llegar a un valle turco! Luego, en el doble fondo de un camión, como un feto, en tres días llegamos a Estambul…
¿En qué estado?
Me sacaron cegado y entumecido, me tiraron al suelo y no pude moverme en un día. Trabajé un tiempo en el mercado, hasta que me dijeron que en Europa estaría mejor.
Y otra vez a jugarse la vida…
¡Más que nunca! Cruzamos el mar hasta la isla de Lesbos en bote neumático… Un chico de 11 años no quería subir, estaba aterrorizado y lloraba: “¡En el mar hay cocodrilos y nos devorarán!”. Al fin subió. Padecimos una tormenta, y el chico cayó al agua. Y se ahogó. Se llamaba Husein Ali.
Usted ha tenido mucha suerte…
Y ha habido gente muy buena: en la isla de Lesbos, una señora me dio dinero para llegar hasta Atenas. La policía griega es la más dura del mundo, pero se preparaban los Juegos y nos dejaron trabajar sin papeles.
Y cuando eso terminó, ¿qué hizo?
Entré en el falso fondo de un camión embarcado… y llegué a Venecia, donde un chico me dejó ducharme y me ayudó a llegar a Roma, donde había otros afganos. Allí supe que un amigo de mi pueblo vivía en Turín…
Y ahora… ¿seguirá viajando?
No, no: ya estoy bien en Turín: desde que llegué con 14 años, y me acogió una familia de allí, puedo trabajar y estudiar.
¿Qué le diría a un chico de 14 años que lea su peripecia vital?
Que sepas que todo lo que tienes – ropa en el armario, nevera llena…-¡no es lo normal!
¿Cuál es hoy su sueño?
Mi madre y hermano viven ahora en Quetta: les he ayudado. Yo querría poder vivir en mi país, en paz y libertad. Y que ningún otro niño pase lo que yo pasé. Pero mientras ahora hablamos… ¡está pasando!
Cocodrilos
De los 10 a los 14 años, el niño Enaiatollah se movió a solas por un mundo inmisericorde. El fanatismo religioso le obligó a huir de su país – hoy el más peligroso del mundo para un niño que vaya a la escuela-, y las ansias de vivir tranquilo movieron sus pies. Tiene el aspecto asiático – entre mongol, japonés y amerindio- propio de su pueblo, una minoría étnica en el rompecabezas afgano, “donde la vida es hoy más peligrosa para un civil que hace diez años, y no hay democracia”. No cree en religiones ni en políticos títere. Para que se sepa, narra su odisea en el libro titulado En el mar hay cocodrilos / En el mar hi ha cocodrils (Destino / La Galera), con ayuda del periodista Fabio Geda